viernes, 9 de noviembre de 2012

Sufres al desear lo que no tienes. Gastas la vida anhelando el milagro definitivo. Conseguirlo significa padecerlo; porque te decepciona, te daña, te duele. Empeñado en tu paraíso, día y noche, nuevo oficio: mudar en conveniente lo que no te conviene. Te postergas, te desvives, ya no cuentas, ya no eres; pretendes ser el salvador de aquello que te ha vencido. En lo alto odias; en lo profundo aún quieres. Lloras por no saber perder lo que nunca has tenido.
El amor no lo justifica todo. En una cultura donde se ha ponderado el amor sin límites y por sobre todas las cosas, la vida de pareja ha pasado a ser la principal forma de autorrealización, sin importar el costo. Entregarse en cuerpo y alma, olvidándose de uno mismo y de las necesidades propias, es el resultado de una serie de creencias distorsionadas sobre el amor que se perpetúa de generación en generación.
¿Quién dijo que para amar hay que anularse y echar a un lado los proyectos de vida? el amor saludable y bien constituido debe ser democrático (horizontal fuera y dentro de la cama, recíproco, solidario y autónomo) y digno (acorde con los derechos humanos, así la relación se desarrolle casi siempre de puertas para adentro). No hay excusas. Cuando logramos la conjunción de estos dos amores, podemos vivir más plenamente nuestra relación de pareja y disfrutar las ventajas de tener un amor consciente de sus derechos, alegre, apasionado y libre de miedos.


Mendigar amor es lo peor de las indigencias, porque lo que esta en juego es tu persona, y si la otro, el que esta por encima, acepta dar limosnas, no te merece.

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